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domingo, 31 de mayo de 2009

Solvento de ilusión.



Clavel, romántica y sensible, tan solo por la curiosidad que le embargaba, un día - no sin estar acompañada por sus dos hadas – decidió adentrarse en el bosque que hace un tiempo no le sugestionaba en lo más mínimo. Por esto es sorprendente que al primer instante en que visualizó a Narciso tras el fastuoso Roble – además, luego al escuchar sus cantos – haya caído en un hechizo – o tal vez maldición – impensable, ¡jamás lo imaginó!
Luego de acercarse y respirar un poco de la magia de Narciso, a veces se lo encontraba inesperadamente, y otra veces ella buscaba verlo, alejada, quería saber más de él, le interesaba de seguro, y Narciso lo sabía, fue amable sin dudas, pero guardaba cierta distancia, no se dejaba poseer, pero cuando se disponía a emanar un poco más de si, Clavel se asustaba, pues nunca había sentido esa atracción, como mariposa en tiempos joviales, no infantiles y por una flor más real que onírica, quizá posible, así es como demostraba distancia siendo que su alma le rogaba en un suplicio desesperado, que fuese tal cual era, y tranquila se acercara si Narciso disponía, pero el miedo o inseguridad le retuvo sus impulsos y no fueron llevados al acto.
Así pasaba el tiempo y Narciso cada vez parecía más lejano, Clavel lo contemplaba en el viento y las hojas, despierta y en sueños, incluso una semana le precursó seguidos suspiros, pero el tiempo y sus aires de inocencia, más su edad menos avanzada, le jugaron en contra. Así es como un día – de manera inesperada e impensable nuevamente – La Rosa Silvestre, diferente, osada, más atractiva y gozadora de placeres comunes a su edad, de un instante a otro surcó el tallo de Narciso llevándoselo consigo en el pecho a recorrer las noches atiborradas de su sombría y atrayente juventud, Narciso se entregó cabalmente, absorto en sus espinas, dulces para él, que sin planificarlo rasmillaron abaldonadamente la ilusión de Clavel, quien se vio perdida en su melancolía noche y día.
Sus hadas le sonreían, todo el bosque le cantaba consumando el objetivo de tentarla de alegría, pero otros días no podía evitar bajar su mirada hacia la hierba y que rodaran los cristales de rocío malsano por su cara, mientras yacía al lado del Roble que con el tiempo, también había alcanzado gran parte de su cariño.
Con desánimo se entregó a su realidad, a la perdida, a la quimera rota, pero solventó mirar el nimbo del sol, intentar sonreír a pesar del profundo desconsuelo, convenciéndose de que Narciso no era nada esplendoroso, no comparado al Roble – ¡eso era! – el bello y gran Roble, bien se encontraba en el jardín de los deleites, pero a Clavel ya no le importaba, así es como se impuso que si sobrellevaría congojas por amor, prefería sufrir por quien más valiera – quizá ni sufriera – así al menos merecería sus penas, y recuperaría la fantasía y quizá algo conseguiría… de este modo es como Clavel limpió sus lágrimas esperanzando su alma – ¡pobre ilusa que fue! – que aun rehíla débil, en estos momentos, aun tiembla esmerada en su redimo – aun se oye – aun se escucha.

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